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Los problemas de legitimidad y los 38 liberticidas

Columna

=LIBERTARIOS Y LIBERTICIDAS (98)=

Por Rogelio Cedeño Castro.

Correspondiente al viernes 4 de enero de 2008.

Los problemas de legitimidad y los 38 liberticidas.

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Los graves problemas de legitimidad que se presentan en los estados latinoamericanos, dentro de los que se encuentra el caso de Costa Rica, se originan en una serie de factores de naturaleza estructural. Sucede que, desde hace mucho tiempo, las elites del poder se distanciaron de los anhelos y requerimientos de la gran mayoría de la población. Esto es incluso más grave en el caso nuestro, en especial porque la pérdida de las conquistas del período de reformas anterior, que se originó en los años cuarenta, es rechazada por un gran sector de los habitantes del país, el que ya no se identifica ni se reconoce en forma de hacer política que tienen los jóvenes tecnócratas y cortesanos del momento, quienes al principio parecen saberlo todo y terminan no conociendo otra cosa que no sea la voz de sus amos.

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El sistema de partidos políticos y la vía parlamentaria se encuentran prácticamente agotados en Costa Rica, desde hace más una década. En el caso de los primeros es de suyo evidente que se han sido tomados por pequeñas camarillas que sólo responden a una serie de intereses mafiosos, además de ser simples correas de transmisión de las decisiones de los amos del mundo, exteriorizadas a través de los mecanismos del régimen. El totalitarismo neoliberal estableció, hace mucho rato, como condiciones indispensables para su modus operandi: la dictadura mediática internacional y la reducción de la democracia a meros rituales electorales, que se rigen por los mecanismos del mercado. De este modo, los partidos políticos no pasan de ser cascarones vacíos, meras supervivencias de otros períodos históricos.

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En cuanto a la vía parlamentaria, no hemos necesitado llegar al lamentable comportamiento actual del grupo de los llamados 38 diputados que sólo dicen sí a todas las ocurrencias de los manager del régimen, para darnos cuenta de que el parlamento murió hace mucho rato en Costa Rica. Esas bancadas o fracciones parlamentarias están conformadas por un silencioso grupo de liberticidas, levantamanos e incapaces de aportar una sola idea importante a un debate, por lo demás inexistente, al interior de la Asamblea Legislativa. Es por ello que resulta tan dura la labor de los diputados de la oposición, para quienes la posibilidad de abrir algún tipo de debate resulta ser un mero ejercicio de política ficción. Frente a ellos aparece sólo un muro de silencio que tiene como caja de resonancia a la mayor parte de los presuntos medios de comunicación existentes. Se trata de algo así como los ecos del silencio.

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La bancada del viejo partido socialdemócrata, cada vez más derechizada y corrupta de toda corrupción, ni siquiera se atreve a mirarse al espejo por temor a encontrarse con la verdad. En lo que es una variante del viejo cuento de la Blancanieves y evitando decir, como la vieja reina del cuento “Espejito, espejito, quién es la más linda”, la bancada liberacionista todavía jura que es de izquierda (de la belle gauche, mais non ou jamais de la belle époque), aunque sus mentores ideológicos parecen estar en la fracción del Movimiento Libertario. Estos últimos, por lo menos no tienen temor de mirarse al espejo y decir que son de la derecha pura y con “casta”.

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Ante este panorama sólo nos queda reiterar nuestro planteamiento acerca de la inutilidad del lenguaje político que empleamos en la vida cotidiana. Seguir hablando sin más, dentro de este contexto, de izquierdas y derechas requiere de una revisión profunda, al igual que el uso de términos como democracia y socialismo que en medio de este caos de la llamada postmodernidad, casi nadie sabe que significan con certeza. En cuanto al uso de categorías sociológicas menores como las de gobernabilidad, sólo nos queda decir que causan risa frente al desafío que implican otras, como la de legitimidad, por cierto tan ausente, entre el grupo de los 38 diputados empeñados en imponernos una agenda complementaria, sin contar con ningún mandato electoral para semejante despropósito.

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